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La maldición de Bath.

Ven a mirar el pueblo.

Esta noche no es igual a las demás, y aquí todos lo saben.

Esta noche el velo que separa el mundo de los muertos del de los vivos se afina tanto que alcanza con darle un ligero golpecito en alguno de los dos lados para romperlo.

Por eso los humanos se encierran en sus casas, no sin antes hacer un círculo con sal alrededor de la vivienda, colocar un recipiente con agua limpia en el suelo de la entrada y un ramo de ajos clavado en la puerta.



Tampoco hay ningún animal paseando entre la niebla que acecha al pueblo, hasta los insectos enmudecieron; todos ellos sienten la energía que llega desde la mansión abandonada de la calle 5.

Ven, acompáñame a ver qué ocurre. No tengas miedo, no nos va a pasar nada. No creerás en lo que dicen los pueblerinos, ¿no?

Ah, ¿no sabes lo que dicen? Ven, vayamos caminando mientras te cuento.

La casa embrujada de la calle 5 perteneció a un lord que murió solo, sin esposa ni descendientes; la casa nunca se pudo vender y los inquilinos no duraban más de una noche. Según ellos, escuchaban cadenas arrastrarse por el suelo, pasos que hacían rechinar los tablones flojos del antiguo piso, garras que chirriaban contra los ladrillos de las paredes, sombras de mujeres con vestidos de la época victoriana y gatos. Cientos de ellos.

Todos los inquilinos decían algo distinto, en lo único en lo que coincidían era en que la casa estaba embrujada. Maldita.


Desde el fondo de la casa se escucha el crepitar de las llamas, el frusfrús de la ropa al moverse. ¿No sientes curiosidad? ¿No quieres saber qué ocurre? Sígueme, entremos por el jardín delantero y vayamos por un lateral de la casa hasta el origen del sonido.

Si miras con cuidado lo que tenemos enfrente, puedes ver la espalda de tres mujeres paradas en semicírculo con una fogata entre ellas. Si miras hacia la izquierda, puedes ver a un cuervo apoyado en la rama baja de un roble y, sentado entre las raíces, a un perro negro al que se le escurre la baba entre los afilados colmillos y con los ojos inyectados en sangre. Si miras al otro lado, cuidado, que no te vea. Puedes ver a una gata negra sentada sobre la lápida del antiguo lord.

Pero ven, acércate a la fogata, despacio, con cuidado. Fija tu vista en la oscuridad que está sobre las llamas. ¿Lo ves? Sí, así es. Otras tres brujas completan el círculo; tres vivas y tres muertas, unidas por la debilidad del velo.

Cuenta la leyenda que el lord, dueño de esta casa, rechazó a una dama y que ella, tan dolida, buscó consuelo en los brazos de una bruja. Esta decidió tomar la causa de su amante y hacerla suya. Por eso maldijo al lord con una muerte lenta y solitaria. Y una vez muerto, no encontraría la paz. Por eso la bruja y sus descendientes se reúnen todos los años en la noche de Samhain para reforzar la maldición.

Acércate un poco más, ven, no tengas miedo. Mientras no nos descubran estamos a salvo.

Las nubes cubren el cielo, la luna lo intenta pero no es capaz de que sus rayos robados lleguen a la tierra. La niebla lo cubre todo casi por completo, menos al aquelarre de brujas y sus familiares. Comienza a soplar el viento, una rama cruje a nuestro lado, el fuego aumenta su tamaño a medida que las oraciones de las brujas aumentan su velocidad. Hablan en latín, por eso no las puedes entender.

Pero acércate un poco más, ven, las brujas no nos ven. Me preguntas si no deberían ser siete, por la numerología y blablá. Y qué razón tienes.

Sí, acércate más al fuego, que tus ojos y tu alma dancen con el movimiento de las llamas. Shh, no pasa nada. Las brujas no nos ven.

Te detienes a unos pasos del círculo cuando el viento se acalla y la niebla se lo traga todo.

Ay, mortal. Te dije que no te viera la gata negra. Ahora ellas lo saben. Saben que estás aquí.

No, no huyas. No te muevas, porque tenías razón.

Son siete brujas.

Yo soy la que faltaba.

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